El dolor físico y el dolor emocional tienen mucho en común. Ambos cumplen la función de advertirnos que hay algo no anda bien y que debemos sanar.
Y así como cuando nos duele la cabeza buscamos en el botiquín y tomamos un analgésico, cuando nos duele el alma podemos recurrir a nuestro propio botiquín emocional.
No, no se trata de píldoras ni de pomadas. Le llamo “botiquín emocional” a ese conjunto de pequeñas acciones o panoramas que nos hacen felices y nos devuelven la alegría cuando hemos pasado un mal momento. Por supuesto, el contenido de este botiquín no es igual para todos. Cada uno tiene sus preferencias y, a lo largo de mi experiencia clínica, mis pacientes han reportado las más variopintas listas cuando construyen sus botiquines. Pintar, cantar, bailar, escuchar música ochentera, regalonear con el gato, ver una serie, jardinear, pasear al perro, ordenar el closet, darse un baño de tina, comer chocolate. Para gustos se han hecho los colores. Las actividades que elegimos como relajantes tienen que ver con nuestra historia y asociaciones, por eso son tan íntimas y propias.
Y así como acciones también hay personas sanadoras en nuestro botiquín, a las que conviene buscar cuando necesitamos mejorarnos.
Siempre tenemos una red y siempre contamos con todo un botiquín a nuestra disposición. Lo importante es saberlo y adquirir la costumbre de recurrir a él cuando lo necesitamos. Conviene, como práctica saludable, hacer nuestra lista y guardarla en un cajón. Así, cuando todo parezca ir mal y estemos con los lentes oscuros, podremos ir a buscarla y poner en marcha nuestra autocuración.