Hay personas que se pasan la vida haciendo lo posible (y a veces hasta lo imposible) por dejar contentos a los demás, incluso a costa de su propio bienestar. Son los Complacientes Compulsivos. Personas que temen tanto al conflicto, que están dispuestas a hacer cualquier cosa para evitar enojos y discusiones. Frecuentemente se dejan manipular y hasta maltratar con tal de complacer.
Esta compulsión a la complacencia tiene su origen en un supuesto irracional. Las personas complacientes piensan equivocadamente, que si se esfuerzan siempre por agradar, los demás responderán con afecto y así evitarán ser rechazadas o reprobadas.
El problema es que gustarle a todos y no perder con nadie no es tarea fácil, pues muchas veces los comportamientos encaminados a agradar se cruzan entre sí, sobre todo cuando lo que espera una persona es diferente a lo que quiere otra. Así, para dejar contentas a ambas partes, el complaciente se ve obligado a mentir y ocultar verdades para que ninguna de las dos sufra o se enoje con él.
El problema es que vivir de esta forma, pasando por alto los propios derechos y necesidades sólo por miedo a ser rechazado, termina menguando considerablemente nuestra la calidad de vida.
No siempre es necesario ser agradable, de vez en cuando tenemos derecho a decir lo que pensamos y hasta tener sentimientos negativos hacia los otros. Respetarnos es mucho más importante que lo que los demás piensen de nosotros. Debemos intentar reconocer nuestro valor y construir una autoestima sólida, de manera que complacer a los demás para ganar su aprobación ya no sea necesario. Reconocer por fin que podemos preocuparnos por los demás y a la vez autocuidarnos.
De hecho, los conflictos constructivos pueden ayudar a mejorar las relaciones cuando abren la puerta a una discusiones sanas y honestas, donde cada uno expresa sus necesidades y deseos.
Lo importante es agradar al otro por la verdad y la transparencia, y no complacerlo disfrazando realidades a nivel de superficie.