Vivimos en un mundo donde todos corren (muchos sin saber hacia dónde) y luchan por cumplir metas (muchos sin saber cuáles los harán felices). La pandemia, la guerra, el trabajo, la casa, el colegio, las cuentas, los proyectos, un familiar enfermo y una lista de situaciones que terminan sobrecargando la mente y produciendo una sensación de agobio que fácilmente se transforma en estrés, o en el creciente fenómeno del burn-out.
Quizás sea por eso que con tanta frecuencia escuchamos a personas aparentemente exitosas económica, profesional y socialmente, que no consiguen ser felices y, en lugar de alegría de vivir, manifiestan una difusa sensación de insatisfacción que no consiguen explicar.
Es que de tanto correr y correr, muchas veces nos perdemos en el camino y, al detenernos a pensar, ya ni siquiera tenemos bien claro para qué hacemos todo lo que hacemos. Llenamos la mente de pensamientos angustiantes y esquemas establecidos que actúan como verdaderas toxinas en el organismo.
Frente a ello conviene, de vez en cuando, hacer una limpieza general para desintoxicar la mente y ahorrar stress. Hacer un trabajo profundo para librarnos de aquellas creencias que están obsoletas y que seguimos manteniendo a pesar de que nos hacen daño. Desconectarnos durante un tiempo, reducir la actividad mental y aquietarnos para encontrar la paz y la claridad que necesitamos.
Para ello, lo primero que debemos hacer es dejar de preocuparnos por los pequeños conflictos que surgen en el día a día. No es sano gastar energía en cosas que carecen de importancia real y que, probablemente dentro de poco, habremos olvidado por completo.
Debemos comprender que el estrés y el éxito no tienen por qué ir de la mano. Para muchos, trabajar hasta altas horas de la noche, llevarse trabajo a la casa y estar estresado es una señal de status; sin embargo, este paradigma está muy equivocado, pues todos los estudios muestran que se pueden conseguir más cosas teniendo una vida más relajada y feliz. Es cosa de organización… y de romper con las creencias erradas.
También tenemos que aprender a no vivir a la defensiva todo el tiempo. No es necesario que siempre tengamos la razón ni que podamos demostrarlo.
Cuando la opinión del otro no va a cambiar, no vale la pena discutir y en muchas ocasiones es mejor guardar silencio. No siempre tenemos que ser protagonistas. Para aquietar la mente es bueno que nos acostumbremos a escuchar a los demás en vez de vivir esforzándonos por emitir opiniones sesudas y apropiadas para ser bien considerados.
Por último, tomar las cosas con humor también ayuda a romper la cadena de pensamientos negativos que nos invaden. No hay mejor remedio que la risa para enfrentar situaciones difíciles. Dicen que hay que reírse de la vida… antes que la vida se ría de uno.